Pensar o morir

«LA BANALIDAD del mal». Buen tema. Cuestionada y peor interpretada, la filósofa alemana Hannah Arendt se atrevió a acuñar el concepto con la voluntad de crear polémica y de recordar lo importante que es para el ser humano ser dueño, responsable de sus propios actos. Obsesionada por entender el pasado de su país, por buscar el porqué de la brutalidad y la condescendencia con el infierno, quiso ser testigo del juicio contra Adolf Eichmann, maestro de ceremonias del Holocausto, un tipo gris, mediocre, siempre dispuesto a satisfacer a sus superiores, y encargado de que los trenes llenos de hombres y mujeres llegaran de la manera más eficiente a los campos de exterminio. Arendt no pretende desculpabilizar, ni restar importancia a los actos, sino buscar alguna respuesta en los motivos. Y defiende que el ascenso del nazismo no se consiguió gracias a los perros antisemitas llenos de odio sino al burócrata ausente de moral que sólo actuaba porque se lo ordenaban. Dios mío, líbrame de las buenas intenciones. Líbrame de no pensar, de no saber, de no decidir, de no asumir mi parte en esta telaraña de convivencias. Una joven Arendt se enamoraba de Martin Heidegger, mito de la filosofía que la enseñó a reflexionar, pero que cayó sin transición al fango de las criaturas por su adhesión al Partido Nazi. Primer hachazo. Exiliada en Estados Unidos en 1941, miró atrás e intentó comprender. Eichmann en Jerusalén, el libro de Arendt del que nace la interesante película de la también alemana Margarette von Trotta, y que usa como título el nombre de la autora, cuenta cómo el hombre gris reconocía su crímenes y lo hacía desde la complacencia de haber cumplido con el sistema, y por lo tanto, con su deber. Espeluznante. Hoy padecemos la culpa colectiva, la amargura de que nunca nos aplaudieran por hacer las cosas bien, y la sospecha de que nadie asumirá responsabilidades si ve la posibilidad de endosar la agonía al que está por encima. Pero alguien tendrá que parar la inercia y responder. Ni culpa colectiva, ni perdón. Ciudadanos libres y conscientes. Pensantes. Responsables. Consecuentes con sus decisiones y coherentes con sus ideas. Formados en la importancia de ser, más allá de la necesidad de participar, o de convencer. Porque, como dijo Hannah Arendt, «hay que pensar sin apoyos, sin nada a lo que agarrarse».

@cayetanagc